Carlos Arámburo Muro
El capitalismo no ha distinguido entre los efectos que puede acarrear la expansión de las industrias -cuyos desechos son tóxicos al ambiente y al hombre mismo- y su sed de acumulación en casi la totalidad del globo terrestre.
La explotación de la naturaleza ha sido premisa o condición del proceso de expansión desde los inicios del capitalismo. Es decir, aún antes de que conociéramos a las grandes trasnacionales y los consorcios financieros que están detrás de ellas, existió en la racionalidad occidental una forma desvinculada de la naturaleza que hasta nuestros días persiste: deja de concebirse a la tierra y los frutos de ella como medio sagrado de subsistencia y reproducción de la vida social; pues la centralidad de la tierra entraña un significado cultural e ideológico que no separa al hombre de su entorno natural.
En este sentido, si volcamos la mirada al pasado colonial de la periferia latinoamericana, podremos observar que la explotación de los recursos naturales más cotizados como el oro, el estaño, el cobre, la plata, el hierro, fue una constante del saqueo y acumulación en el proceso de expansión capitalista en esta zona del mundo, cuyas ganancias iban a parar directamente en el reforzamiento de las industrias en Europa y contribuirían a la construcción de una nueva sociedad global. Así, es posible afirmar, como ya se ha visto, que el despojo constituye una forma de acumulación embrionaria que permitirá la consolidación futura de la razón occidental.
Desde luego que esta no es la única estrategia que el capital utiliza para lograr dicha consolidación. Había que provocar un cambio en las subjetividades de los sobrevivientes de la antigua sociedad originaria, que al estar regida por creencias religiosas ajenas al cristianismo constituía un obstáculo para los aventureros españoles, en el caso de México. Y fue por esta misma vía (la religiosa) que los enviados de la Corona española lograron suplantar la antigua religión aprovechando el momento coyuntural de desprotección “divina”; un sentimiento de incertidumbre que poco a poco provocó que los originarios encontrarán un asilo espiritual en los santos y demás seres supraterrenales creados por la Iglesia católica, devolviéndoles cierta seguridad y sentido a su existencia.
Posteriormente con el pasar de los siglos, esta concepción del mundo occidental fue ocultando la realidad misma de los pueblos que estaban siendo sometidos mediante el control ideológico. El progresivo y violento cambio que esto implicaba contribuyó al intento homogenizador del razonamiento humano y que funciona en numerosos territorios del mundo.
Actualmente el capitalismo mediante su inserción violenta en las sociedades tradicionales ha logrado expandir su campo de acción y encauzar el actuar cotidiano de los sujetos dentro del tan abstracto concepto: sociedad. Así pues, debemos ubicar las dimensiones que el capital comprende: económico, político y social. Económico, ya que determina la forma en que el trabajo social deberá organizarse para una mayor capacidad productiva que se traduce en ganancias monetarias para el poseedor de los medios de producción. En su dimensión política contribuye a la reproducción del anterior atributo, es decir, la forma en que ha de organizarse la vida social responde al modelo de producción. Lo político supone acuerdos, contratos, que han de legitimar la relación de dominación/subordinación bajo la forma estatal, sin olvidar que el capital crea fronteras al tiempo que las diluye. La dimensión social quizá sea la mas difícil de precisar pues cada persona o grupo actúa de diferente manera en apariencia y respondiendo a determinadas circunstancias; sin embargo estas respuestas y actitudes son construidas socialmente, se encuentran condicionadas por lo que se espera por respuesta del otro. En una sociedad basada estructuralmente en la desigualdad, como lo es el caso de la formación social capitalista, no puede esperarse sino la reproducción constante de tan asimétrica relación de poder.
Entendiendo lo anterior podremos entonces analizar el tema del deterioro del planeta como consecuencia de lo arriba expuesto. La expansión y la insaciable acumulación propia de la naturaleza del capital ha propiciado que el ser humano olvide sus raíces y su verdadera fuente de vida: la TIERRA.
La Tierra en su sentido más amplio no sólo hace referencia a lo que del suelo proviene, sino a todo lo que permite que sea posible. Esto es, las condiciones ambientales, los ríos, lagos, mares, climas, ecosistemas, capaz atmosféricas, etc. La Tierra entendida como el planeta, que no por ello deja de lado el factor humano, es decir lo que el hombre hace y modifica en su entorno junto con los efectos que esto conlleva.
Con la expansión de la industria y demás sectores productivos se ha visto que el cuidado del planeta no representa una prioridad del desarrollo en la economía capitalista, por el contrario, el descuido de éste, hace posible que las empresas trasnacionales actúen impunemente, cuando los materiales que utilizan para la fabricación repercuten en sentido negativo al planeta, sin embargo esta condición permite que los grandes capitales eviten pérdidas a corto plazo.
Fenómenos como el cambio climático, producto del calentamiento global son temas en “voga” dentro de la sociedad actual, mucho se habla del cuidado del planeta en los medios masivos de comunicación y dentro de numerosas organizaciones civiles en defensa de la ecología, incluso las grandes empresas, con cinismo, se atreven a denunciar tal situación o en el mejor de los casos obtienen certificados falsos que suponen una conciencia y cuidado ambiental.
Con todo, aún no existe alguna política que realmente restrinja las prácticas de empresas cuyos deshechos son tóxicos, salvo en algunos países. Mientras no se ponga un freno al desmedido afán de acumular a costa de la sustentabilidad del planeta será demasiado tarde para salvar de la catástrofe a la tierra y por tanto al ser humano. Queda claro que la modificación que hoy se experimenta en los climas, en el calendario estacional, en las temperaturas, es consecuencia del vínculo perdido con lo natural. De igual modo la desaparición de especies, la ocurrencia de fenómenos naturales impredecibles; tales como huracanes, ciclones, tornados, tsunamis e incluso terremotos.
Por último, se hace urgente que la ciencia salga de los circuitos de valorización de capital, en búsqueda de contribuir a la construcción de tecnologías alternativas en pro del planeta. Sin embargo aquí no acaba el problema, pues como se ha visto a lo largo de este escrito, la raíz de tal deterioro ha sido la voracidad del hombre a costa de su propia vida. A partir de esto último, se hace necesario replantear la organización del proceso productivo estructuralmente.
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